Topitín y la Burbuja Dorada
Nuestra historia comienza en la cueva subterránea donde vive Topitín, con su familia. Es una familia de topos formada por la mamá topo, el papá topo, sus abuelos y sus hermanos Topitini, Topito y el pequeñito Topi.
Todos menos Topi, tienen que trabajar excavando túneles inmensos. A Topitín le toca el túnel nº cuatro. Todas las mañanas se levanta muy temprano y se pone a excavar sin parar, salvo cuando se encuentra con unas piedrecitas de color naranja, que no sirven para nada, sino para hacer más lenta su tarea. Topitín está bastante cansado de ellas pero como no le queda más remedio, las va amontonando junto con las otras, en una gruta muy grande que utilizan sólo para eso.
Topitín no es un topo cualquiera odia la oscuridad y lleva varios días pensando en una idea. Una mañana que estaba en el río remojándose los pies con su inseparable amigo Popi, el caracol, se acercó a beber y a descansar una cigüeña que estaba de paso. Conocía muchas historias interesantes que les contó mientras oían entusiasmados, pero la que más le gustó fue la del lago dorado. Decía que se encontraba detrás de las montañas nevadas y era como si el mismo sol viviera dentro del lago. De vez en cuando salían a la superficie unas pequeñas burbujitas, que si lograbas atrapar, tendrías la luz del sol en tus manos. Topitín no pensaba en otra cosa desde aquel día, ver iluminada la cueva, sería estupendo, pero sabía que su familia no lo entendería. Siempre lo habían considerado un bicho raro, pues mientras todos sus hermanos llevaban unas enormes gafas él prefería llevar diminutas lentillas, si los demás estaban encantados de vivir bajo tierra en la más absoluta oscuridad, él amaba vivir en la superficie con la claridad a su alrededor.
Así que un día se decidió, se levantó más temprano de lo habitual y en silencio abandonó la cueva. Iba mirando para atrás por si alguien lo veía cuando tropezó con algo y al momento se oyó una voz protestar:
-¡Pero que es ésto, quien se atreve a despertarme a estas horas!
Popi había asomado su cabeza medio adormilado, cuando se encontró con su amigo Topitín que lo miraba disgustado.
- ¡No grites, vas a despertar a todo el bosque!
- Pero Topitín ¿qué haces levantado tan temprano?
- Me voy a buscar el Lago Dorado.
- ¿ El Lago Dorado? - respondió con asombro, Pipo- pero si está muy lejos.
- Lo sé, pero no me importa necesito coger una de esas burbujas.
- Espera, espera, no te vayas tan rápido yo iré contigo.
- Conmigo, pero es que, es que llegaría más pronto yo sólo.
- ¡Tonterías! - protestó Popi- cuando quiero soy el caracol más veloz que existe.
Y sin decir nada más se pusieron en camino, Topitín sabía que aquello no era cierto y que tardaría mucho más tiempo del que había previsto. Pero en verdad no le importaba, al contrario, estaba muy contento de llevar a su lado a su muy querido amigo.
De pronto Popi se detuvo tocándose la cabeza.
- Ya decía yo que con las prisas me había olvidado de algo, perdona un momento- y rápidamente se metió en su casa. Como sabéis el caracol siempre va con su casita a cuestas, lo que es bastante práctico. Topitín ya sabía lo que había pasado, pues su amigo era bastante friolero, y jamás salía sin su gorrito de lana rojo, y sin su bufanda de colores, bueno él tampoco podía estar sin su inseparable gorra azul.
Al poco salió su amigo con la cabeza y el cuello cubiertos, diciendo su frase acostumbrada “como siempre digo, no hay mejor sitio que tu propia casa” Topitín terminó de decir la frase con él y estuvieron riéndose un buen rato, mientras caminaban.
Llevaban varios días andando cuando llegaron a un extraño bosque. Los animalitos que allí vivían se comportaban de una manera peculiar. Las liebres iban muy lentas, en cambio las serpientes trepaban los árboles a gran velocidad, las ranas daban saltos diminutos, en cambio los grillos daban saltos enormes. Estaban bastante sorprendidos cuando un gran sapo les dio la explicación:
- Este es el resultado de comer las hierbas que allí crecen. Hacen que hagas todo lo contrario de lo que tú eres. Sin decir una palabra más se zambullo en el río.
Los amigos intrigados se acercaron a las poco comunes hierbas. Popi sin pensarlo siquiera se metió un buen puñado en la boca, sin perder ni un segundo su cuerpo empezó a correr como las balas ¡era increíble!
- ¡Guau -gritaba Popi- esto es fantástico!
Topitín se metió también unas cuantas en la boca, pero se entristeció:
- A mí no me hacen nada Popi, todo lo contrario veo muy mal.
- ¡Claro!, tienes puestas las lentillas ¡quítatelas!
- ¡Es verdad!
Se las quitó y al momento, lo vio todo con enorme claridad. Veía hasta la más pequeña brizna situada a miles de kilómetros. ¡Era asombroso!
- Vamos súbete encima de mí y agárrate fuerte, llegaremos en un pis paz -dijo Popi.
Así lo hizo Topitín y salieron como las balas.
- Tú vete indicándome el camino -le dijo a Topitín.
Éste con su supervista lo veía todo antes de llegar, y le iba diciendo a su amigo “ahora tuerce a la izquierda, después a la derecha...”
No tardaron casi nada en llegar al pie de las Montañas Nevadas. Una paradita para meterse otro puñado de hierbas en la boca, ya que Popi siempre previsor se había guardado bastantes en su casita.
Y subieron, por la ladera de la montaña, sin apenas dificultad. Pero al llegar arriba ¡oh, sorpresa! todo el otro lado de la montaña estaba nevado.
- ¡Qué haremos ahora! No podemos bajar así, nos helaríamos los pies - dijo Topitín desalentado.
- No hay problema, espera y verás -respondió Popi metiéndose en su casita.
Salió con unas hojas largas y dos palitos, y otra hoja ancha y alargada.
- ¡No es posible! - gritó Topitín de alegría - pero si es el equipo de esquí que te vendió el buhonero el año pasado.
- Sí, y sobre el que tú no parabas de gastar bromas por encontrarlo una compra inútil.
- Tienes razón Popi, te doy mis sinceras disculpas - dijo con una sonrisa en los labios - al final nos van a ser muy útil.
Y poniéndoselo en los pies se dispusieron a bajar, pero Popi dijo:
- ¡Alto! Todavía falta una cosa, y sacó dos preciosos cascos rojos- la seguridad ante todo - añadió solemnemente.
Cada uno se puso el suyo y ahora sí, se lanzaron ladera abajo. Topitín sobre los esquís y Popi sobre su tabla de snowboard. Para no haberlo hecho nunca, lo hicieron como verdaderos profesionales.Saltando cuando encontraban alguna roca y haciendo de vez en cuando alguna arriesgada pirueta, así llegaron al final.
- ¡Ha sido genial! -dijeron a la vez - y se pusieron en marcha.Al poco de caminar, vieron una cálida luz dorada que lo impregnaba todo. Al acercarse se quedaron mudos del asombro, el lago era precioso y en verdad parecía encerrar en sus aguas al astro rey, el sol. Todo brillaba con gran intensidad. Así, contemplándolo, permanecieron un tiempo. Hasta que empezaron a surgir en la superficie pequeñas burbujitas doradas.
- ¡Allí están! -gritó Topitín.
Y cogiendo dos largas ramas, que por allí había, le acercó una a Popi y entre los dos intentaron atrapar una. Tras largos esfuerzos por fin lo consiguieron. Poco a poco la acercaron a la orilla y después de tocarla con cuidado por si quemaba, la sacaron del agua. Para su asombro la burbujita tenía debajo una carita de ojos rasgados, diminuta nariz y boca más bien grande. El resto de su cuerpo lo formaban una especie de tentáculos, les recordaba, a las medusas que su maestra, la Srta. Ardilla, les había enseñado en su libro de ciencias, pero al contrario de aquellas, ésta no picaba, ni hacía nada malo, sólo se enroscó en el brazo de Topitín mirándolo con ternura.
- Es muy graciosa -dijeron a la vez.
- La vamos a llamar Medus -dijo Popi.
Y así, con Medus enroscada en su hombro, reemprendieron la vuelta. Esta vez tuvieron que bordear la montaña pues no pudieron subir por ella.
Llevaban un rato caminando, cuando Medus se puso roja como el fuego y en su carita se dibujó una expresión de disgusto.
Los amiguitos no sabían qué hacer, ¿qué le podía pasar? Siguieron caminando hasta llegar al bosque de las hierbas extrañas. Cogieron más para el camino, y se detuvieron un rato a descansar, y comer algo.
Entonces a Topitín se le ocurrió ¿no tendría Medus hambre? Pero ¿qué es lo que comería? Probó a darle un poco de lo que ellos comían y en seguida su piel se volvió dorada y empezó a brillar. Así que era eso, cuando tenía hambre cambiaba de color. Bien ya no les cogería por sorpresa.
Continuaron la marcha pero con más paradas que antes, pues Medus era realmente una tragona y cada cierto tiempo se ponía roja como el fuego. Pero nuestros amiguitos ya sabían lo que tenían que hacer, paraban y le daban las hierbas, frutas o raíces que encontraban. Les hacía mucha gracia, pues según, si la comida le gustaba o no, Medus ponía unas caritas muy simpáticas y el color dorado brillaba más o menos. Cuando le gustaba su carita sonreía y el dorado era interno, cuando no, su carita se disgustaba y brillaba muy poquito.
Siguieron varias horas más de caminata, hasta que por fin llegaron a casa.
Popi y Topitín se despidieron hasta el día siguiente. Topitín con Medus enrollada en su brazo entró en la cueva. A su paso todo se iba iluminando, mostrando unas paredes muy bonitas, pues estaban cubiertas de piedrecitas que brillaban al pasar. Su familia al verlo se quedaron boquiabiertos y tuvieron que felicitar a Topitín por su gran idea.
- Topitín perdónanos por dudar de ti. Hijo mío tu idea ha sido maravillosa. No sabíamos como era nuestro hogar y gracias a ti lo hemos descubierto. Tener claridad y poder ver bien no es ninguna equivocación.
Todos lo abrazaron feliz, y recorrieron con él las galerías hasta llegar a la que tenía las piedras naranjas. Entonces Medus se empezó a apagar y a ponerse roja de nuevo.
- ¡Oh no! -dijo Topitín.
- ¿Qué pasa? - corearon todos.
- No es nada, sólo que tiene hambre. A ver que le doy yo ahora.
Mientras decía esto, su hermanito Topi, el más pequeño, había cogido una de las piedras naranjas y se la había dado a Medus que la devoró inmediatamente.
- ¡Qué has hecho! -protestó Topitín.
Pero Medus, después de varias muecas, mostró una gran sonrisa y su luz brilló con más fuerza que nunca.
- ¡Pero si le encanta! -dijo Topitín sorprendido- pues de estas sí que tenemos. Con lo glotona que eres, tendrás hasta reventar. Y Medus por respuesta, soltó un diminuto eructo, seguido de un divertido gesto de disculpa.
No pudieron resistirse, soltando todos una sonora carcajada.
Desde aquel día no hubo cueva más feliz, más acogedora ni más iluminada en todo aquel bosquecillo.