Carlota y sus Superpoderes
El lago estaba precioso y la familia de castores trabajaba intensamente, había que terminar de colocar todas las ramitas antes de que llegaran las grandes lluvias.
Carlota, una castorcilla regordeta y muy simpática siempre traía los mejores troncos del bosquecillo, claro que no tenía mucho mérito pues Carlota no era una castora común, poseía unos poderes extraordinarios que le hacían ver los objetos a gran distancia e incluso aunque estuvieran ocultos o algo se interpusiera entre ellos, esta asombrosa habilidad no había nacido con ella ni siquiera fue creciendo según ella lo hacía sino que una vez hacía pocos meses se presentó así de improviso sin avisar. Todos los habitantes del bosque conocían su don y estaban admirados e incluso algunos muy agradecidos a él, pues les había solucionado no pocos problemas, como la vez que la Sra. Ardilla perdió sus inseparables gafas sin la cual estaba absolutamente perdida o la vez que el Sr. Mofeta tropezó y cayó por un profundo barranco y gracias a su maravilloso poder pudieron encontrarlo a las pocas horas con vida o sin ir más lejos ayer mismo que ayudó al Sr. Saltamontes a encontrar su diminuta lentilla.
Sí, realmente era una maravilla tener aquel poder casi todos los habitantes del bosque era de esta opinión, y digo casi todos porque había uno en concreto que no lo soportaba era Miriam, la ardillita más bonita que había existido jamás, pero todo lo que tenía de bonita lo tenía de envidiosa hacia el don que poseía Carlota, por lo que era siempre el objetivo de todas sus burlas, animada además por sus dos compinches inseparables, las ardillitas Flora y Violeta.
Esa mañana después de terminar sus quehaceres Carlota se dirigía a su casa cuando se encontró con las tres inseparables amigas:
-¡Hola, Lota pelota!, dónde vas tú tan idiota –le dijo Miriam en tono despectivo, mientras las otras dos se partían de risa, coreando:
-Sí, sí Lota pelota la idiota, Lota pelota la idiota. Ja, ja,ja.
-¡Qué hay de tus superpoderes, porque no te ayudan a encontrar tu cerebro –y burlándose y riéndose de ella se alejaron muy contentas.
Carlota prosiguió su camino muy triste no entendía que había hecho para que se comportaran tan mal con ella. Pero no quiso seguir dándole vueltas a su cabeza y empezó a pensar en otra cosa, además hacia rato algo la estaba molestando oía un leve ruidito y no sabía de donde procedía empezó cada vez a prestarle mayor atención y según lo hacía el ruidito pasó de ser muy leve a invadir completamente su cabeza pero prestó más atención y el ruidito se fue transformando en suaves palabras y risitas entrecortadas. Fijó su atención en un punto de donde creía surgían y pudo ver una gran piedra prestó mayor atención y agudizó su supervista y la roca desapareció como por arte de magia, mostrando a una joven caracola y un apuesto caracol que se deshacían en arrumacos.
Carlota no pudo dejar de sonreír ante lo que veía pero mirando a otro lado preservó su intimidad. Entonces cayó en la cuenta de lo que acababa de ocurrir, esto significaba que también poseía un super-oído. Y loca de contenta reemprendió el camino de casa, prestando atención a todos los sonidos que escuchaba a su paso.
Enseguida se corrió la voz por el bosquecillo:
-Además de super-vista posee también super-oído. ¡Esto es genial! –coreaban todos.
Pero Miriam se puso roja como el tomate al enterarse:
-¡Eso es mentira! – dijo muy irritada- se lo está inventando todo para ser el centro de atención. ¡No me creo ni una palabra!
-Pues el Sr. Conejo, lo comprobó personalmente y dice que es cierto.
-¡Tonterías!, la verdad Violeta, no sé como puedes ser siempre tan simplona y creer todo lo que te dicen. Y dando media vuelta se marchó dejando a su amiga bastante consternada.
Así pasaron los días siendo Carlota el tema de conversación favorito de los habitantes del bosque.
Una mañana estando el Sr. Mapache cortando un árbol que necesitaba para construir la casita en el árbol, que le había prometido a sus adorados hijitos, no calculó bien y éste le cayó encima.
Lejos de allí se encontraba Carlota con su hermano mayor y el Sr. Nutria hablando animadamente cuando Carlota oyó unos débiles grititos de auxilio.
-¡De prisa, alguien necesita nuestra ayuda!
Y salieron corriendo guiados por Carlota. Llegaron al lugar en el instante que el Sr. Mapache perdía el conocimiento.
Ni su hermano ni el Sr. Nutria conseguían mover ni un sólo centímetro de aquel pesado tronco. Carlota estaba paralizada por el horror, volvió en sí cuando su hermano, desesperado, le pidió ayuda:
-¡Vamos Carlota, no te quedes ahí mirando!, y échanos una mano.
Carlota al oír aquellas palabras volvió en sí de inmediato, y se acercó cogiendo el tronco con todas sus fuerzas, mas, para el asombro de los otros dos, éste se elevó del suelo sin dificultad alguna.
Su hermano y el Sr. Nutria se quedaron perplejos pero Carlota lanzando el tronco unos metros atrás se dispuso a atender al Sr. Mapache.
Ni que decir lo que ocurrió a continuación, el bosque era un hervidero de cuchicheos:
-Además de super-vista, super-oído ahora también super-fuerza. Esta Carlota es genial, todos estaban maravillados ante la extraordinaria Carlota.
¿Todos?, bueno bien sabemos que no. Miriam enloquecía de celos a cada gesto heroico de la castorcilla. Su carácter se había agriado considerablemente, ya casi se les hacia insoportable incluso a sus propias compañeras del alma.
Esa mañana después de criticar mil veces a su odiada “enemiga” se disponía a regresar, cuando muy alarmada se percató, de que la mochila donde había guardado las preciosas bellotas, que le encargara su madre coger sin pérdida de tiempo, pues eran para preparar un pastel, que le iba a llevar esa misma tarde al Sr. Mapache, para desearle una pronta recuperación, no estaba.
El pánico hizo presa en ella.
-Mi madre se va a enfadar mucho conmigo, me repitió cien veces que tuviera cuidado –dijo retorciéndose nerviosa las manos.
-No te preocupes, te ayudaremos a buscarla –corearon sus amigas.
Pero sabían que no iba a ser nada fácil, pues habían estado toda la mañana saltando de rama en rama recogiendo las bellotas más apetitosas y no sabían en cual de aquellos numerosos árboles podría encontrarse. Sin contar que la hora de ir a casa se estaba acercando.
Estuvieron un rato arriba y abajo de una rama a otra pero no había habido suerte.
Miriam ya fuera de sí comenzó a llorar. Carlota que no estaba a mucha distancia, oyó los sollozos y cómo la consolaban sus amigas. Así que sin pensárselo llegó hasta ellas, miró hacia los árboles y después de unos minutos la divisó medio escondida por una gruesa rama.
-Allí está –les dijo.
Violeta, en seguida subió por el árbol y la cogió bajándosela a Miriam, que comenzó a enjugarse las lágrimas en el momento en que su amiga le tendía la mochila.
-Muchas gracias –dijo Miriam. Y después volviéndose hacia Carlota le espetó, con los ojos echándoles chispas:
-¡Y tú como siempre tan entrometida! – y giró en redondo colgándose su mochila a la espalda, alejándose de allí muy resuelta.
Sus amigas se quedaron muy sorprendidas, esta vez –pensaron- sí, se había pasado. Dirigiéndose a Carlota le pidieron disculpas en su nombre.
-¿Por qué no vamos a darnos un baño antes de comer? –propuso Flora.
-¡Es una idea maravillosa! –contestó Violeta.
Mientras la castorcilla se había dado la vuelta e iba a reemprender el camino de vuelta. Cuando Flora le preguntó:
-¿Vienes Carlota?
Se quedó paralizada unos instantes
-¿Es a mí? –pensó- ¿me lo está diciendo a mí?
-Sí, sí Carlota anímate –intervino Violeta.
Carlota las miró a la cara y vio sinceridad en sus rostros, se lo estaban diciendo en serio. Y con una sonrisa de oreja a oreja exclamó:
-Por supuesto, es una magnífica idea y así las tres juntas se encaminaron al lago.
Cuando se fueron a sus casas todas coincidieron en que habían pasado un rato muy divertido. Cosa que con Miriam cada vez era más difícil –pensaron Flora y Violeta. Y además no entendían esa aversión que sentía hacia Carlota, realmente era una castorcilla admirable, pues a pesar de sus dones, no era nada creída, al contrario, tenía un corazón grande y generoso.
Así que decidieron volver a verla a pesar de lo que sintiera y sobre todo de cómo se pusiera Miriam.
Al día siguiente Miriam las buscó por los sitios que solían frecuentar pero no había ni rastro de sus amigas.
-¿Dónde se habrán metido estas dos? –se dijo algo molesta.
Después de buscarlas un buen rato, oyó risas que provenían del lago, se acercó a hurtadillas pues era el terreno donde se movía la insoportable Carlota y sus ojos por poco se salen de sus órbitas al ver lo que le mostraban. Sus queridas amigas estaban allí nadando y jugando con su odiada Carlota.
Se dio media vuelta con los ojos ardiéndoles de furia y rebosantes de lágrimas que pugnaban por salir.
Esperó a sus amigas en un recodo del bosque y cuando llegaron allí las increpó:
-¡Traidoras!, así que intimando con el enemigo, ¿eh?, y ustedes se llaman mis amigas.
-Nosotras no hemos traicionado a nadie y que sepamos Carlota no es nuestra enemiga al contrario, es una amiga más –dijo Violeta malhumorada.
-Estoy de acuerdo con Violeta –contestó Flora a su vez.
-Amiga, ¿cómo podéis llamarla así? Pues desde este momento pensad que tenéis una menos. Y dándose la vuelta se marchó a toda carrera.
-¡No, espera Miriam, no te vayas, hablemos –gritaron a coro.
Pero Miriam ya se alejaba a lo lejos.
-Esas idiotas se arrepentirán, no necesito a nadie me las puedo arreglar yo sola. Además seré la más valiente, la más guapa y la mejor de todo el bosque. ¡Ya lo verán!
Así que esa noche maquinó un plan que llevaría a cabo a la mañana siguiente.
Se levantó temprano recogió una gran cesta y la escondió cerca del lago. Ahora tenía que ir a clase, pero por la tarde lo pondría en marcha.
Al salir de clase se encaminó al lago pero antes tenía que hacer algo muy sigilosamente.
Todos los animalitos del bosque se iban directos a sus hogares pues se había levantado un fortísimo viento que hacía muy peligroso y poco tentador permanecer a la intemperie.
Miriam llegó al lago depositó en la cesta, con mucho cuidado, lo que traía en las manos. Pero no hizo más que poner esta sobre las aguas y el fuerte viento la arrastró de inmediato.
Miriam corrió al puente lo tenía todo pensado pero claro con lo que no había contado era que el tiempo le iba a jugar una mala pasada.
Al llegar al puente ya fue demasiado tarde, la cesta había pasado como una exhalación bajó él. Miriam se quedó atontada mirando cómo se alejaba, cuando una pequeña cabecita asomó media adormilada por encima de la cesta, al ver donde se encontraba comenzó a llorar desesperadamente.
Miriam al verla miró acongojada a un lado y a otro, pero allí no había nadie. Así que sin pensarlo se zambulló en el lago y nadó con fuerza hacia la cesta que cada vez se alejaba más aprisa. Tardó un buen rato en alcanzarla pero como era buena nadadora al final lo consiguió.
Agarró un borde de la cesta y trató de calmar al pequeñín que había dentro.
-¡Vamos, no llores, no te preocupes yo te sacaré de aquí –decía mientras con la otra mano acariciaba las orejitas y cabecita del más pequeñito de los hermanos conejo.
Pero era un poco tarde cuando se dio cuenta se estaban acercando peligrosamente a la zona del lago que se unía con un río bravío lleno de rápidos repletos de grandes rocas. Trató de nadar con toda sus fuerzas pero era inútil agarrada a la cesta, no avanzaba nada, así que prefirió no agotarse, porque lo peor estaba por llegar, ya que la cesta iba derechita al primer rápido que aquí llegaba.
La cesta golpeó contra la roca, el conejito chilló aterrado.
-No tengas miedo –dijo la ardillita para tranquilizarlo, con la voz entrecortada por su propio temor.
La cesta sujetada por ella daba bandazos de un lado al otro.
La ardillita todo el rato trataba de tranquilizar al pequeñín y cuando las revueltas aguas le dejaban un respiro acariciaba el cuerpecito del pequeño conejito que preso del pánico se había enrollado sobre sí mismo, llorando sin parar.
-¡Lo siento, lo siento! –gimoteaba Miriam- he sido una estúpida.
Otra violenta sacudida contra otra roca, Miriam se daba cuenta que aquello no podía durar mucho en cualquier momento uno de aquellos golpes destrozaría la cesta y no creía que pudiera salvar entonces al pequeñín. Su cerebro no paraba de pensar -¿qué podía hacer?- no se le ocurría nada más, de pronto su mente se llenó con la imagen de un ser.
-¡Sí, quizás! –pensó- ella es nuestra única solución e hinchando sus pulmones lo más que pudo dado las penosas condiciones, con todas sus fuerzas gritó:
-¡Carlota, Carlota socorro ayúdanos! ¡Carlota por favor ayuda!
Así siguió gritando y gritando mientras el viento a su lado rugía con más fuerza como desafiándola en un juego macabro.
Al cabo de un rato su garganta le ardía y casi no tenía saliva que tragar pero no desistió. Siguió pidiendo socorro una y otra vez.
Mientras tanto Carlota se encontraba en su acogedora habitación leyendo una interesantísima novela, que la tenía atrapada por completo, inmersa en ella leyendo con avidez, cuando le pareció oír algo a través del viento detuvo su lectura y prestó más atención, efectivamente, allí estaba de nuevo. Pero todavía el rugido del viento era muy fuerte y no alcanzaba a oírlo muy bien, la siguiente vez que prestó atención se le heló la sangre. Esta vez sí que lo oyó con absoluta claridad,
Era Miriam que gritaba desesperadamente pidiendo ayuda. Sin tardar ni un segundo más se puso en pie y corrió escaleras abajo, llamando a sus padres y hermanos todos salieron precipitadamente y se encaminaron al río, pues de allí provenían los gritos. Carlota dirigía la pequeña comitiva al pasar por la casa del Sr. Conejo, este que estaba sentado cómodamente en su sillón se levantó de golpe alarmado:
-¿Qué ocurre?
-Nos dirigimos al río, la ardillita Miriam está en apuros –le respondió el Sr. Castor.
-Cariño hay problemas en el río, necesitan mi ayuda. Voy a vestirme –dijo el Sr. Conejo dirigiéndose a su habitación.
-Pobrecitos –pensó la Sra. Conejo- menos mal que mis hijitos se encuentran calentitos y a salvo en sus camitas y se encaminó al dormitorio para ver como dormían. Fue posando su amorosa mirada de uno a otro pero al llegar a la cunita del pequeñín su cuerpo se paralizó, ¡la cuna estaba vacía! Loca de desesperación corrió a contárselo a su marido.Este, que ya se disponía a salir, al oírlo tuvo un extraño y alarmante presentimiento, y salió velozmente tras la familia castor.
A su paso por los diferentes hogares se les fueron uniendo otros habitantes del bosque, el Sr. Mofeta, el Sr. y Sra. Nutria, el Sr. Búho… al llegar a la orilla del río, la comitiva había crecido considerablemente.
Miriam se preparó la roca que tenían delante era inmensa así que protegió lo más que pudo la cesta con su cuerpo. El agua inexorable la estampó contra ella y Miriam colocó sus piernas por delante para tratar de impedirlo. El golpe fue tan fuerte que su pierna al chocar emitió un terrible crujido, la ardillita sintió un dolor tan intenso, que casi pierde el conocimiento, pero se dijo a sí misma, que tenía que seguir resistiendo por el pequeñín que tenía a su lado, a fin de cuenta ella era la culpable de que estuviera allí.
Así que apretando los dientes se dispuso a seguir resistiendo. El golpe con la enorme roca había sido brutal y la cesta se había resentido el agua empezó a entrar, haciendo que se hundiera a gran velocidad. La ardillita cogió al conejito y se lo puso encima de su cabeza, éste aterrado como estaba no podía controlarse y la empujó hacia el fondo no dejándola respirar.
Miriam pensó que aquello era el final que no podría resistir más, su cabeza permanecía bajo el agua y como recitando una plegaria en su mente resonó:
-Por favor Carlota sálvalo, siento lo que te hice, pero por favor ayúdalo, no puedo más.
Cómo respondiendo a su oración antes de cerrar los ojos vio como una gran cola conocida se acercaba a ellos y le quitaba un peso de encima. Con una sonrisa de agradecimiento, musitó para sí “gracias Carlota, gracias” y se dejó arrastrar por la corriente que hacia rato tiraba de ella hacia abajo. Su cuerpo se dejó llevar sin oponer resistencia.
Carlota nadó rápidamente hacia ellos veía la situación tan peligrosa en la que se encontraba Miriam. Cogió al conejito y lo depositó en una gran roca.
-No te muevas de aquí ahora vendré a por ti, tengo que sacar a Miriam. Y dándole una palmadita en la espalda se sumergió sin perder un minuto.
Tardó unos segundos en divisarla debido al agua tan revuelta y a que la noche estaba empezando a tender su manto sobre el bosque, pero desafiando a sus pulmones que ya la estaban apremiando para que subiera a tomar aire se adentró más y más hasta coger a Miriam del brazo y tirar de ella hacia la superficie.
-No tan de prisa amiguita, no te vas a deshacer tan fácil de mí –pensó mientras daba potentes coletazos con su fuerte cola hasta que su boca se llenó con una gran bocanada de aire fresco.
Recogió al conejito y con los dos en sus brazos llegó a la orilla. El Sr. Conejo se aproximó corriendo a coger a su pequeñín, había sentido gran alivio al verlo vivo pero si no llega a ser por los demás que lo detuvieron se hubiera lanzado al agua a cogerlo.
-Tranquilo -le dijeron- mientras lo agarraban- Carlota sabe lo que hace, sólo serás un estorbo más.
Así que cuando sintió el cuerpecito tembloroso de su hijo contra su pecho derramó lágrimas de felicidad.
El Sr. Búho, el doctor del bosquecillo, estaba agachado reconociendo a la ardillita:
-Una pierna rota y una ligera conmoción. Nada grave.
Algunos animales del bosque, entre los que se encontraban los padres de la ardillita, bastante aliviados ya de ver como se habían resuelto las cosas, llevaron a Miriam a su casa. Allí el doctor le escayoló la pierna y calentita en su cama siguió durmiendo toda la noche pues no había logrado despertar.
En las semanas siguientes Violeta, Flora y Carlota no salían de casa de Miriam, iban todos los días a verla, mientras ésta se recuperaba. Habían llegado a ser las mejores amigas del bosquecito.
Cuando Miriam se hubo recuperado, hicieron una gran fiesta en honor a Carlota por haber salvado al conejito y a la ardillita.
Allí estaban todos. La Sra. Nutria, la alcaldesa, llamó a Carlota al púlpito y después de un emotivo discurso, la condecoró con la medalla al valor. Pero Carlota quitándose la medalla agregó:
-Esta medalla me honra pero no es justo que sólo sea mía pues el verdadero valor no es la ausencia de miedo sino el saber dominarlo cuando nos invade. Y partiéndola por la mitad llamó a Miriam a su lado.
Ésta avergonzada y con fuertes sollozos, contó la verdad de lo ocurrido, un murmullo recorrió el lugar, a lo que Carlota añadió:
-Sí, de acuerdo hizo mal, ¿pero acaso el errar no es de animales al igual que el perdonar, y sobre todo, el proteger una vida dando la tuya a cambio no es prueba más que suficiente de amor y valor?
-Sí, lo es –dijo la Sra. Conejo en voz alta con su hijito en la falda. Y juntando las manos hizo surgir un diminuto aplauso que creció más y más acompañado por los diminutos aplausos de su pequeñín y por los del resto de los animales que aplaudían sin cesar.
Carlota prendió la mitad de la medalla en el vestidito de Miriam, que la miró con los ojos inundados por la emoción, colocó en su florido vestido la otra mitad y cogiendo a Miriam fuertemente de la mano se introdujeron en la fiesta.
Acabado el cuento está pequeñín a descansar.